La misa gregoriana es una tradición que consiste en la celebración de treinta misas durante treinta días seguidos por una misma intención, generalmente el eterno descanso del alma de un difunto o por las intenciones particulares de las personas vivas.
Esta práctica fue iniciada en el siglo VI por el papa Gregorio Magno, quien ordenó que se celebrara la Santa Misa de esta forma por el monje benedictino Giusto fallecido, al que se le encontró dinero que no debería haber tenido debido a su voto monástico de pobreza. Después de la trigésima misa consecutiva, Giusto se apareció frente a un hermano llamado Copioso, diciéndole que había llegado a la comunión con Dios, es decir, pasando del purgatorio al cielo. Este suceso dio lugar a la tradición de las treinta misas consecutivas, precisamente llamadas gregorianas.